Iniciativa
Debate - 09/01/2013
Antes de irme definitivamente, he decidido, Sr. Rajoy, enviarle
esta carta como español que afortunadamente pronto dejará de serlo. Supongo que
usted la arrojará de sí, como suele con todo lo que le estorba; pero no puedo
partir sin dejar en el umbral de su casa algunas reflexiones que al menos
sirvan para contraponer a su labor de exterminio ciudadano una serie de
verdades, como creo.
Sr. Rajoy, hay muchas formas de holocausto. De esta palabra se
apoderó el sionismo para cimentar el muro milenario de sus intereses, que hoy
vuelven a decidir el mundo sobre los huesos de cientos de miles de honrados
judíos vilmente exterminados. Pero hay muchos otros holocaustos que no quedan
señalados con signo que en su día sirva para recordar la tortura de los
acabados en los campos de concentración en que dirigentes como usted van
reuniendo a millones de trabajadores a fin de sostener con su sufrimiento el
gran edificio fascista. Como pretendió otro alemán inolvidable, se trata de
alcanzar la Europa de los mil años. Usted es el gruppenführer encargado de
aportar a la ingente empresa el combustible humano español. Supongo que,
elevado sobre el poder y el dinero de su entorno, usted no pensará en todo ello
cuando oye su misa en compañía de esas señoras con mantilla que van al Rocío
para pedir a la Virgen -INEM de urgencia- que encuentre empleo para esos
parados a los que ustedes han privado previamente del trabajo.
Le digo todo esto porque a mi edad ya no tiene uno derecho al
miedo que imparten ustedes en el Parlamento con el mazo inicuo de sus leyes o
administran sus policías y jueces -ahora ya en camino de ser totalmente suyos
gracias al Sr. Gallardón, ese inventor de normas para convertir en justo según
la letra todo lo que es verdaderamente injusto según el espíritu, pues es ley
injusta toda la que no proporciona igualdad y bien-.
Holocausto: «Sacrificio especial entre los israelitas, en que se
quemaba toda la víctima». ¿Y que hacen ustedes sino quemar toda la víctima, un
día tras otro, para alimentar el horno de un poder que carece ya de límites morales?
Nadie, Sr. Rajoy, gruppenführer del ejército enviado a España -¿no es así, Sr.
Guindos?-, puede sostener que el sistema social y económico que todos los días
duerme a tantos ciudadanos entre los cartones del abandono constituya algo
irremediable y necesario. Hay otros sistemas, Sr. Rajoy, pero esos sistemas
exigen que la riqueza que nace del común sea retornada a los pueblos para
servir de semilla a la siguiente cosecha, mejorada y crecida. Usted sabe eso,
porque aunque sus estudios solo le hayan servido para ponerle a la vida el
diario corsé de las escrituras que tantos beneficios dejan en las oficinas
registrales -ahora multiplicados gracias al Sr. Gallardón, que ha enriquecido
aún más ese negocio-, esos estudios contenían algunas referencias universitarias
a la rica variedad de los posibles idearios políticos y sociales. Esos idearios
que, siempre hay que recordarlo, también fueron ahogados en sangre, desde la
primacial que derramaron modernamente los mártires de Chicago a la que formó el
gran río de las constantes represiones.
Sr. Rajoy, es criminal, solo moralmente criminal porque no está
escrito en el Código, sacrificar a unas generaciones de ciudadanos a la
ambición siempre sedienta de los poderosos, que incluso han perdido aquella
mínima elegancia con que nos conducían en tiempo de los abuelos desde el duro
surco al limitado establo. Es doblemente criminal -hay que gritárselo así al
Sr. Wert- contaminar la educación y jibarizar las cabezas de la juventud para
volverlas incapaces de respuesta ante la vesania de la trituradora imperialista
y económica de los opresores y de los ricos. Es criminal, dramáticamente
criminal, que los derechos sociales sean destrozados, hasta en su mínima
expresión, mediante la redacción urgente de un balance pretendidamente salvador
que hacen ahora los financieros que antes falsificaron el inmoral y verdadero
balance. La sangre del pueblo, Sr. Rajoy, no debe mover, con dolor inmenso, ese
molino que está acabando con tantas cosas.
Sr. Rajoy, cuando la historia haya calmado la tormenta, que será
cuando ustedes y las gentes como ustedes hayan sido expulsados del poder, se
hará patente todo el horror que ha suscitado la gobernación de esta época. ¡Qué
frialdad en el acabamiento físico y moral de tanta gente! ¡Qué innecesario
acabamiento, además, por no doblegar el encarnizamiento criminal de los que han
robado las verdaderas posibilidades del mundo! Esa frialdad es defendida y aún
ensalzada, para mayor agravio, con el aderezo supuestamente heroico -el «hay
que hacer lo que hay que hacer»- de la destrucción de todas las reglas humanas
de la convivencia, como si para vivir hubiera que inventar más muerte. Acerca
de esa forma de proceder la ciudadanía deberá pedirles gran cuenta llegado el
momento. Cuentas, por ejemplo, sobre su sumisión a políticas venenosas para el
común de los ciudadanos que, instrumentadas en el exterior, fueron aplicadas en
pueblos como el español, siempre deslumbrados por la fanfarria fascista que
convierten los estados en campos de trabajo forzado. Usted ha sabido siempre -y
permítame que le dedique esta generosa suposición del saber- que la pretendida
recuperación de España, con el modelo actual de sociedad, resulta impensable en
un mundo donde tres grandes potencias pueden producir todo lo que consumiría ese
mundo en una época de verdadero capitalismo burgués, esto es, discretamente
normal y con un comercio que buscase la expansión social, lo que tampoco está
en los propósitos de esas minorías actuales, cada vez más reducidas y
desinteresadas en el bien común.
Lo que resulta también criminal, moralmente criminal, es que
gobiernos como el suyo oculten esa incapacidad de creación por su parte y
reduzcan la causa del desastre a un puro desequilibrio de las cuentas públicas
producido por errores en las sumas. Un desequilibrio en todo caso achacable, al
parecer, al afán de gasto de los ciudadanos seducidos por los bancos. Además,
¿quién desequilibró esas cuentas con políticas de crecimiento disparatadas?
Usted puede preguntárselo al Sr. Aznar, por ejemplo, que con los pies sobre la
mesa encendió un puro en irrisoria postura de poderoso ante los amos.
Sr. Rajoy, la humanidad, que es eso que queda fuera de su
programa, tan bien cuidado por beligerantes contra las masas como el Sr.
Montoro o señoras de la sección femenina, como la Sra. Cospedal; repito, la
humanidad necesita ante todo una instauración democrática para que la
ciudadanía, ahora condenada a oír la misa política que usted oficia de espaldas
en la Moncloa, se haga cargo de sí misma y decida el destino de la riqueza que
produce, que evidentemente no será para los banqueros en corso, gente que
debería estar ya en los tribunales.
He cavilado infinidad de veces que en el fondo de su postura hay
ese rencor contra la calle que todo español encaramado a la repisa del poder
profesa a los españoles del común, a los que tiene por fuerza auxiliar para
empujarles su artillería. Se trata, claro es, de una reflexión que surge de una
larga contemplación de la historia de España, hecha con retazos de arrogancia y
jirones de miedo a la resurrección de la carne pobre. Pero esto ya es otro
tema, que corresponde a la medicina. Aunque no acabo de saber con alguna
certeza si el remedio a la situación es propio de la política o de la cirugía.
Que conste que no hago elogio del terrorismo, sino ensalzamiento del quirófano.
Me temo que si la carta no sale en el Marca Mariano no la va a leer. Yo no se quien ha dado la orden, pero en todo el planeta los dirigentes se estan desentendiendo de las bases. Salud! Pablo Heraklio
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